lunes, 31 de mayo de 2010

La gracia felina


Cat Power tocó el sábado pasado en Buenos Aires.

Con una de las primeras lluvias de invierno (aunque oficialmente aún estemos en otoño), llegó Cat Power a la Argentina, en su segunda visita en menos de un año. Ante un teatro Coliseo repleto, Chan Marshall (tal es su nombre casi-real, se llama Charlyn Marie) brindó un recital íntimo, plagado de gestos dulces pero no cursis. Ella siempre será la mujer que canta sobre sus propios problemas de minita, que a la vez son universales, pero nunca cae en el lugar de muchacha-débil-conflictuada-necesita-un-novio-toca-la-guitarra-y-mira-para-abajo.


No nació en New York. Sureña de pura cepa, realizó sus primeras presentaciones en Atlanta pero rápidamente se mudó a NYC, donde conoció a algunos popes del indie: Steve Shelley, baterista de Sonic Youth y Tim Folijahn, de Two Dollar Guitar, que luego le grabaron sus dos primeros discos, Dear Sir (1995) y Myra Lee (1996). Ese último año, firmó contrato con Matador Records, uno de los sellos más reconocidos.
De allí salen sus discos posteriores: What Would the Community Think (1996), Moon Pix (disco íntegramente grabado en Australia en 1998, uno de sus trabajos más sólidos), The Covers Records (2000), You Are Free (2003, mi preferido), The Greatest (el de más éxito comercial, de 2006), Jukebox (de 2008, siguiendo con la tradición de registrar sus homenajes a otras bandas en discos impecables) y Dark End of The Street, del mismo año.

En el medio de todos estos discos, alrededor y adentro de todos estos discos, Chan se drogó mucho, anduvo de novia con Bill Callahan, se convirtió en una talentosísima borracha perdida, fue, volvió y compuso algunas de las canciones más bellas de la historia del rock.


Video dirigido por Harmony Korine.

El sábado reversionó todos sus temas, casi al punto de dejarlos irreconocibles, salvo un puñadito entre los que estaban Metal Heart, The Greatest y Lived in Bars. Es extraño, cada canción tiene su dosis justa de luz y oscuridad, como las de Nick Cave. Te dan ganas de llorar, morirte o de salir a caminar feliz bajo la primera lluvia del casi invierno.




Al ritmo de cada tema, Chan movía los piecitos y los hacía sonar casi como un instrumento más, marcando el pulso. Aunque los juegos de palabras que se desprenden de su nombre harten, la pura verdad es esa: Chan se mueve como la más ágil y sigilosa de los felinos, como la mejor pantera. Puro hambre, corazón y aguante.

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